Mi enfermedad se llama Madrid. En Madrid siempre me duele algo. Creo que me siento como una extraña aquí, y pese a no haberlo visto nunca, me duele en el alma echar de menos el mar. Un síndrome de Ulises en la vida equivocada. Pero he aprendido a remediarlo, cuando esto ocurre, me vuelco cabezabajo. Al principio perturba un poco, pero cuando los golpes entre ideas se silencian se consigue ver el océano en el cielo. También se leen olas en las nubes, y las golondrinas se vuelven carpas. El horizonte se convierte en acantilados y si llueve, la espuma del mar salpica la cara… incluso se percibe cierto sabor a salado.
Es bonito probar a navegar en un velero en medio del alquitrán.
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Mi enfermedad se llama Madrid. En Madrid siempre me duele algo. Creo que me siento como una extraña aquí, y pese a no haberlo visto nunca, me duele en el alma echar de menos el mar. Un síndrome de Ulises en la vida equivocada. Pero he aprendido a remediarlo, cuando esto ocurre, me vuelco cabezabajo. Al principio perturba un poco, pero cuando los golpes entre ideas se silencian se consigue ver el océano en el cielo. También se leen olas en las nubes, y las golondrinas se vuelven carpas. El horizonte se convierte en acantilados y si llueve, la espuma del mar salpica la cara… incluso se percibe cierto sabor a salado.
Es bonito probar a navegar en un velero en medio del alquitrán.
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